El COVID-19 ha hecho aflorar una realidad soterrada para la opinión pública. La salud del planeta impacta directamente sobre la nuestra. Es un imperativo cuidar los ecosistemas y sostener el delicado equilibrio que hace que la vida pueda continuar.
El cambio climático, la destrucción de los ecosistemas, el tráfico de animales tiene un impacto directo sobre la salud del planeta y por ende, de todas las especies que viven en el mismo. La degradación que sufren los ecosistemas naturales, sin precedentes en la historia de la humanidad, debido a un sistema económico depredador, están poniendo en jaque la viabilidad de la vida.
WWF ha publicado el informe Pérdida de naturaleza y pandemias donde afirma que los sistemas naturales bien conservados, reducen la transmisión de enfermedades, “al estar “diluidos” los agentes patógenos entre la diversidad de especies, limitando también el contagio y la expansión. En hábitats bien conservados, con gran variedad de especies y alto número de ejemplares, los virus se distribuyen entre las distintas especies, pero también tienen muchas posibilidades de acabar en alguna que bloquea su dispersión”. Asimismo, un reciente informe de la Fundación Rockefeller, nada más y nada menos, y The Lancet sentencia: “hemos estado hipotecando la salud de generaciones futuras para conseguir beneficios económicos en el presente”. No podemos estar más de acuerdo. Las mismas organizaciones plantean que tenemos que llevar a cabo una redefinición de prosperidad económica, y que esta se centre en la mejora de la calidad de vida y la prestación de una mejor salud para todos y para ello será necesario que las sociedades aborden factores que impulsen un cambio ambiental promoviendo pautas de consumo sostenibles.
A pesar de haber parado la actividad económica no parece que las crisis tengan un especial efecto en la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero en la atmósfera. El Observatorio de la Sostenibilidad ha publicado un informe Aplanar la curva del clima afirmando que de la crisis del COVID-19 todavía no hay evidencias de que se haya producido un cambio significativo en la tendencia de las emisiones, y que las crisis económicas anteriores, no lo han tenido. Una crisis económica, a pesar de tener consecuencias dramáticas en la vida de algunas personas – otras aprovechan la oportunidad para aumentar fortuna – tal y como demuestran los datos presentados por el Observatorio de la Sostenibilidad, tienen poco impacto en la mejora de la salud del clima.
Para conseguir efectos duraderos, es necesario disminuir el uso de combustibles fósiles. La Ministra de Transición Ecológica afirmaba en una entrevista a El Diario que “es una oportunidad para consolidar un cambio que se había apuntado ya en Europa: el equilibrio de los ecosistemas es enormemente delicado y, al destruirlos, incurrimos en riesgos que no somos capaces de medir a priori y que se materializan de forma dramática como con este virus. Son hechos que siempre tienen consecuencias que pueden ser muy graves” y hacía mención al Green Deal que el Gobierno de Sánchez ha apoyado en Europa.
Sin embargo el Green Deal nos inquieta, nos preocupa. Por ejemplo, la Comisión Europea ha seleccionado recientemente a BlackRock como asesor para establecer criterios “verdes” en la banca europea. Finance Watch denuncia la incoherencia. BlackRock defiende un enfoque del cambio climático denominado de «materialidad única», lo que significa que sólo le interesa el impacto financiero que el cambio climático tendrá en las cuentas de las empresas («outside-in»), en contraposición al enfoque de «materialidad doble» de la Comisión Europea que considera esencial examinar tanto el impacto financiero que el cambio climático tendrá en las cuentas de las empresas como el impacto que éstas tendrán en el medio ambiente y en el cambio climático («inside-out»). BlackRock, además, tiene invertidos 862 millones de euros en industrias fósiles.
Necesitamos crear un modelo energético basado en renovables. Según el investigador R. Keeling de la Universidad de San Diego, «el uso global de combustibles fósiles tendría que disminuir en un 10% durante un año completo para impactar claramente las concentraciones de CO2 en la atmósfera». Asimismo, necesitamos un sistema económico no depredador, sino basado en los principios de la economía social y solidaria capa de responder a los retos del siglo XXI.